Más de dos siglos después, la obra de Mary Shelley sigue viva: así nació Frankenstein

En 1803, en la prisión de Newgate, un científico conectó el cuerpo de un asesino ejecutado a la electricidad. El cadáver se estremeció, un ojo se abrió y un brazo se levantó ante el público horrorizado.
Décadas antes, en un castillo alemán llamado “Frankenstein”, un alquimista buscaba el secreto de la inmortalidad destilando aceites de huesos y carne. En la misma época, un científico inglés aseguraba haber creado insectos vivos a partir de minerales electrificados.
De esos sucesos nacería una de las historias más influyentes de la literatura, considerada por algunos la primera obra de ciencia ficción. En 1818, Mary Shelley publicó “Frankenstein o el moderno prometeo” de forma anónima, ya que pocos podían creer que una mujer pudiera escribir una novela de ciencia y horror.
Cinco años después reclamó la autoría de su obra y en 1823 se publicó la primera edición con su nombre en ella.
Una historia que nació de la ciencia y la tragedia
Mary Shelley escribió la historia durante una tormenta en la Villa Diodati, en Suiza, como parte de un reto entre escritores. Sin embargo, detrás del relato había más que imaginación. Su vida trágica -la muerte de su madre y varios de sus hijos- y las discusiones científicas de su entorno.
La novela advertía sobre la arrogancia del conocimiento irresponsable. En ella, el monstruo no era solo una criatura creada por Victor Frankenstein, sino una sociedad que rechaza lo diferente y un creador que escapaba de las consecuencias de sus actos.
Primero, Mary Shelley publicó Frankenstein de manera anónima. Foto: Pinterest (@magicmaker56) Shelley también se inspiró de los debates científicos de su época, especialmente en torno al vitalismo y al galvanismo.
El vitalismo sostenía que la vida no podía explicarse solo por la materia , sino que dependía de una fuerza invisible presente en los seres vivos. Era la creencia de que algo más -una especie de fuerza vital- diferenciaba a los vivos de los muertos.
El galvanismo, en cambio, proponía que la electricidad podía producir movimiento en tejidos inertes. Esa corriente científica desafiaba la idea de las “fuerzas místicas” y acercaba a la ciencia a un terreno que antes era exclusivamente religioso.
El científico que dejó a Europa en shock
Giovanni Aldini, sobrino del médico Luigi Galvani, fue quien llevó más lejos los experimentos eléctricos. Galvani había descubierto que al aplicar electricidad en las patas de una rana muerta, estas se contraían como si revivieran. De ahí nació el concepto de “electricidad animal”.
Aldini heredó la pasión de su tío y decidió experimentar con cuerpos humanos recién ejecutados. En Londres, sus demostraciones se convirtieron en espectáculos macabros.
Uno de los más recordados fue el de George Foster, condenado por asesinato. Cuando Aldini aplicó corriente a su cuerpo, el ojo del hombre se abrió y las extremidades empezaron a moverse violentamente.
Los experimentos de Galvani resultaron en tecnología como el DEA. Foto: AlefEl público interpretó que la electricidad podía devolver la vida. Aunque en realidad eran simples contracciones musculares, la escena causó conmoción. Para Aldini, aquellos movimientos eran prueba de que la electricidad podía activar músculos inertes, aunque comprendió que sin cerebro ni circulación, no podía restaurarse la vida.
En el hospital de Santa Úrsula, en Bolonia, también aplicó corriente a pacientes catatónicos. Uno de ellos, Luigi Lanzarini, recuperó el habla y la movilidad después de varias sesiones. Eso fue una confirmación para Aldini: la electricidad no solo movía carne, también podía activar la voluntad.
Su trabajo redefinió la frontera entre la vida y la muerte. Incluso, llegó a proponer el galvanismo como método para reanimar soldados congelados. Con el tiempo, sus teorías serían base de técnicas como las terapias electroconvulsivas.
Un científico solitario, un castillo y el deseo de burlar la muerte
Otro de los nombres que inspiró a Shelley fue el del alquimista alemán Johann Conrad Dippel, nacido en 1673 dentro del castillo que siglos después daría nombre a la novela. Hijo de un pastor luterano, Dippel fue médico, teólogo e investigador obsesionado con vencer la muerte.
El Castillo de Frankenstein ubicado en Mühltal, Alemania. Foto: Archivo. En su laboratorio, instalado dentro del castillo, realizaba prácticas que rozaban la necromancia. Los rumores decían que profanaba tumbas par estudiar cadáveres y que intentaba transferir almas o crear vida a partir de restos animales.
Dippel también desarrolló un aceite obtenido de la destilación de huesos y carne, al que llamó “Aceite de Dippel“, que prometía prolongar la vida por más de un siglo. Su sabor era repugnante, pero se volvió popular.
De sus experimentos nació un invento más perdurable: el azul de Prusia, un pigmento que revolucionó la industria textil y artística europea.
Se decía que Dippel esperaba las tormentas para atraer rayos y hacía moldes con forma humana, convencido de que la electricidad podía infundir vida. Cuando Mary Shelley viajó por el Rin en 1814, pasó cerca del castillo y probablemente escuchó esas historias.
¿Cómo nació el mito moderno?
Cuando Frankenstein se publicó en 1818, el galvanismo estaba de moda. Cada demostración eléctrica hacía recordar a la criatura cobrando vida bajo la tormenta. La ciencia real y la ficción empezaron a confundirse.
La última adaptación de Frankestein fue estrenada en Netflix en 2025. Foto: IG (@frankensteingdt)El éxito fue inmediato. Las primeras adaptaciones teatrales, como “Presumption or the fate of Frankenstein” (Presunción; o, El destino de Frankenstein), estrenada en 1823, convirtieron la historia en un espectáculo visual. El monstruo aparecía entre el humo y descargas eléctricas, reforzando la idea de que la electricidad era la chispa de la creación.
Con el paso del tiempo, el mito se multiplicó. Del escenario pasó al cine mudo, después al clásico de 1931 con Boris Karloff, y más tarde reinterpretaciones que exploraron la empatía, la tecnología y la soledad. Cada versión transformó a la criatura en reflejo de su época: del miedo a la ciencia al miedo en nosotros mismos.
A mediados del siglo XX, el relato comenzó comenzó a dividirse. El monstruo dejó de ser una advertencia científica para convertirse en una figura trágica y romántica. Su historia ya no giraba en torno a la electricidad o el laboratorio, sino a la necesidad de ser amado y comprendido.
De ese cambio nació también la figura de “La novia de Frankenstein” (1935), introducida en el cine como un intento fallido de darle compañía al monstruo.
Lo que empezó como un gesto de piedad se transformó en un símbolo de deseo, rechazo y soledad. Ella fue el ejemplo perfecto a lo que Shelley había anticipado: la imposibilidad de crear vida sin condenarla.
El póster oficial de la primera adaptación de Frankenstein en 1931. Foto: WikipediaEl personaje de Frankenstein se consolidó con su imagen icónica e inspiró películas tan diversas como “El joven manos de tijera” (1990), “Frankenweenie” (2012), “Ex-maquina” (2014) o “Pobres criaturas” (2023), todas centradas en la creación artificial y el costo emocional de ser “hecho por otro”.
En 2025, una nueva adaptación promete actualizar el mito para una generación que ya no le tiene miedo a la electricidad, sino a la soledad. Frankenstein deja el laboratorio para entrar en el terreno de la empatía, el deseo y la culpa.
Fuente: www.clarin.com



